I racconti del Premio Energheia Europa, Premio Energheia Europa

Re-Cordis, Emma Benito_Móstoles (Madrid)

Finalista Premio Energheia España 2025

Un minuto antes era invierno en Ohio.

El hielo se fundió cuando el cohete plateado tomaba tierra. Vi la hierba quemarse a 451 grados Fahrenheit, temperatura a la que el papel de los libros se enciende y arde. Vi esa misma tarde el horizonte teñido de sangre flameante. Sentí en mi piel la burbuja de calor estallar, como si de nuevo fuese verano. Pero era invierno en Ohio.

-Ha vuelto- dijo alguien.

¿Quién?, me pregunté yo. Pero el muchacho voló colina abajo.

Observé desde aquella distancia la superficie del cohete. Reflejaba todo a su alrededor como si de un espejo se tratase. Parecía una estalagmita allí de pie, en el centro del valle. Pero aquel carámbano había arrasado el verde de nuestros campos.

Cerré el libro sobre mi regazo, abandoné aquel regalo de antaño.

Un hombrecillo descendió y pisó nuestro prado, ahora amarillento. Parecía un marciano con su traje naranja y una gran pecera cubriendo su rostro. El ser sacó una pistola clamando que venía en son de paz. El viento arrastró su risa hacia mí.

Recuerdo el día en que partió hacia Arrakis, de Arrakis, por Arrakis. No me dejó acompañarle. “No estás preparado”. Me fui llorando a leer todas las historias que él me había contado. And so it goes.

El hombrecillo me saludó con ambos brazos. Yo me quedé muy quieto. Quizá, si no me veía, o si yo fingía que no le veía, no se desvanecería. Tal vez, esta vez podría insistirle para que nos quedásemos.

No me levanté cuando comenzó a caminar hacia mí. Me quedé con la vista clavada al frente. Y me ajusté su anillo en la mano.

El niño seguía corriendo colina abajo, a su encuentro. Pero yo en realidad estaba muy quieto. Sentí otra oleada de calor en las mejillas, antes de que los motores se enfriaran. Después fue invierno en Ohio.

Un olor a gas mostaza y rosas me invadió cuando se acercó. Solía oler así cuando volvía de alguna batalla. El perfume de la muerte, pensaba yo. So it goes.

Adiviné su rostro por debajo de la pecera. Reconocía todos los surcos, pues había sido mi voluntad grabármelos en la retina. Los veía cuando cerraba los ojos al dormir, los veía cuando contaba ovejas en el desvelo. Ovejas eléctricas porque las otras habían sido tiempo atrás aniquiladas. And so it goes.

-¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?-, le pregunté una noche.

-Rachel te diría que sí- me respondió él.

Pero yo no sabía quién era Rachel. Mi padre solía hablarme con ese tono tan críptico. Ahora echo de menos sus historias de robots.

Leto se agachó frente a mí y se quitó el casco. Yo no lo quise mirar.

Hace varios años, cuando gobernaba sobre Arrakis encontré un aparato que no paraba de repetir que el sentido de la vida, el universo y todo lo demás era 42. 42 fue la edad a la que asesinaron a mi padre. So it goes.

He recorrido distintos mundos, desde Gueden hasta Trántor buscando poder enterrar su cuerpo. Pero nadie sabe dónde está ya. He surcado mares de arena, he liderado batallas bajo su estandarte solo para hacerle justicia. Me he convertido en el reflejo de su sombra. Ha sido en el invierno de Ohio donde he encontrado su presencia.

Tengo una máquina del tiempo. A los Morlocks les da miedo. Dicen que ella altera los recuerdos. Pero ¿Para qué quiero memoria si no le puedo llorar?